En nuestros jardines habitan muchos insectos que no conocemos, que quizá nunca hemos visto y que ni siquiera imaginamos. También, pasan allí, entre nuestras plantas y flores, muchas cosas sorprendentes, siendo no pocas de ellas terribles y crueles, a vista de la humanidad.
Por ejemplo, hoy me encontré con una hermosa abeja Megachile, libando en una flor de cactus Opuntia monacantha, de ésos cactus que nos recuerdan a las tunas, en el aspecto y en los frutos que producen.
La abeja se sumergía feliz entre los numerosos estambres que estas flores tienen, llenándose de amarillo polen, mientras bebía el néctar. Tantos son y tan largos los estambres de esas flores, que la abeja de pronto se perdía entre ellos, y no podía ni siquiera ver lo que sucedía cerca de ella.
Entonces, apareció "la mala de la película", una pequeña avispa, tan pequeña que no era más grande que una pata de la abeja, y se lanzó en picada contra su blanco lomo. La abeja, asustada como cualquiera al que le caiga algo sobre la espalda (y más si es algo vivo), se revolcó contra la flor para sacársela de encima, y luego voló lo más lejos posible. La avispa, en tanto, se posó en la flor, se sacudió un poco, y volvió a volar cerca de las flores, esperando la llegada de otra abeja.
Alguien se preguntará ¿pero qué es lo que pasó? ¿por qué la avispa hizo eso? La respuesta es que esa avispa pequeñita es un parasitoide. Un parasitoide es algo parecido a un parásito, pero tiene una gran diferencia: los parásitos viven dentro de otro ser vivo, pero no lo matan. En cambio, los parasitoides entran en su víctima, viven dentro un tiempo, y luego la matan.
Lo que hizo la avispa fue dejar encima de la abeja un huevo suyo, pegado sobre los "pelos" del lomo. Cuando la abeja llegue a su nido, donde ha puesto sus huevos en celdas llenas de polen, para que se desarrollen y crezcan, el huevo de la avispa quedará pegado en alguna de sus paredes. De ese huevo saldrá una pequeña larva, que se meterá dentro de una larva de la abeja, que está creciendo inmóvil en su celda, y se la irá comiendo por dentro, de a poco, hasta que ya haya crecido lo suficiente. Entonces matará a su huésped (la larva de abeja) y se convertirá en una pupa, para esperar que pase el invierno y pueda salir afuera como una nueva avispa.
Parece algo cruel, cuando lo miramos con ojos humanos, pero así es la naturaleza, y así se mantiene su equilibrio. Siempre hay alguien que se come a otro, y seguramente habrá también alguien que se coma a esa pequeña avispa, quizá si tan cruelmente como sus larvas se comen a las abejas.